Quien tiene vocación docente es alguien que siente la necesidad de brindarse, de contribuir al perfeccionamiento social, que posee paciencia, comprensión, es altruista, y por sobre todo, ama a los niños y a la juventud.
Un buen docente debe ser humilde, conocedor de sus limitaciones personales, necesita sentirse seguro de lo que conoce y de que siempre hay mucho por aprender; que los alumnos enseñan día a día con sus reclamos, con sus expectativas y sus experiencias de vida; y que la propia sociedad, en su progreso científico y tecnológico desenfrenado exige estar siempre alertas para adecuarse a los cambios.
Nadie se hará rico en dinero siendo docente, y aunque muchas veces se reniegue de la juventud, desafiante y rebelde, nuestros alumnos poseen el magnífico atributo de hacernos sentir un poco más jóvenes en cada encuentro, cuando comprobamos que aún podemos sonreír con sus bromas o sus picardías inocentes. Y sí, muchos docentes nos sentimos ricos en experiencias de vida, en comprender que nuestra tarea es importante y necesaria, que mostramos caminos, y vamos tomando de la mano a cada uno de nuestros niños y jóvenes para soltarlos de a poquito, como se hace con un pequeño que aprende a caminar, y esa es nuestra satisfacción más grande, ver como se van haciendo grandes, cada día mejores, aprendiendo de nosotros, de sus compañeros y de ellos mismos, superándose y eligiendo libremente su destino.
Un buen docente debe ser humilde, conocedor de sus limitaciones personales, necesita sentirse seguro de lo que conoce y de que siempre hay mucho por aprender; que los alumnos enseñan día a día con sus reclamos, con sus expectativas y sus experiencias de vida; y que la propia sociedad, en su progreso científico y tecnológico desenfrenado exige estar siempre alertas para adecuarse a los cambios.
Nadie se hará rico en dinero siendo docente, y aunque muchas veces se reniegue de la juventud, desafiante y rebelde, nuestros alumnos poseen el magnífico atributo de hacernos sentir un poco más jóvenes en cada encuentro, cuando comprobamos que aún podemos sonreír con sus bromas o sus picardías inocentes. Y sí, muchos docentes nos sentimos ricos en experiencias de vida, en comprender que nuestra tarea es importante y necesaria, que mostramos caminos, y vamos tomando de la mano a cada uno de nuestros niños y jóvenes para soltarlos de a poquito, como se hace con un pequeño que aprende a caminar, y esa es nuestra satisfacción más grande, ver como se van haciendo grandes, cada día mejores, aprendiendo de nosotros, de sus compañeros y de ellos mismos, superándose y eligiendo libremente su destino.